Volvió a mandar y lo hizo bien, como tantas tardes. Ayer Iker Romero se gustó defendiendo los colores de la selección española de balonmano. Y de su mano quedó encarrilado el pase a semifinales en el Europeo. Cuestionado en su presencia, sin apenas minutos de juego y aceptando el rol de suplente, Iker hizo de cada acción una reválida de sí mismo. Como si fuera un novato.
Pero nada más lejos. El carismático número 18 cuenta con una hoja de servicios envidiable, encabezada por el Campeonato del Mundo (Túnez 2005). Junto a este, varias medallas internacionales entre Juegos Olímpicos, Mundiales y Europeos. Con sus equipos, tres Ligas ASOBAL, cinco Copas del Rey y dos Copas de Europa. Trofeos con mucho peso personal por su implicación en el juego. Nunca rechazó la incómoda responsabilidad de los momentos claves, con sus errores y aciertos. Como ocurrió en aquella final europea del prolífico 2005 balonmanístico. Con la cabeza abierta y vendada por un golpe anterior, sacó la clase en forma de un precioso gol de siete metros que dio el título a su Barcelona ante el Ciudad Real.

Este adiós entre lágrimas y vendas en el homenaje dio pasó a una nueva etapa: Alemania le abrió las puertas de su potente campeonato. Ahora, en las filas del Füchse Berlin marcha segundo en la Bundesliga, aportando goles y juego. Su contrato, por tres años, garantiza mucho Iker por delante. Y aunque el Mundial de España 2013 aparece como posible escenario del relevo generacional, el vitoriano asegura tener no poca guerra por dar. Revalidándose a cada paso.
Fotografías: www.marca.com
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