miércoles, 5 de diciembre de 2012

El honor no es un gran abono

Abel Mutai se equivoca de meta e Iván Fernández frena para no adelantarle / diariodenavarra.es
"El honor es un gran abono para criar la lechuga y el tomate" sentenciaban con emotividad en la magnífica novela/película "El Abuelo" pero equivocaban la metáfora. En abstracto, sin adjetivos ni apellidos que lo desfiguren, el honor es bello. Y los gestos surgidos de él son, en consonancia, bellos. No, no puede ser un gran abono. Como tampoco puede ser exclusividad de las grandes historias de siglos pasados, tan recurrentes al abrigo de esta palabra. El honor cabe, y mucho, en el deporte más modesto, ese que no conoce televisión ni grandes espacios mediáticos. El que, en esencia, se vio definido el domingo pasado en un pueblo navarro. Allí un atleta español regaló una lección al mundo. De honor, por supuesto.

El atleta se llama Iván Fernández y su acto tuvo lugar en el Cross Hiru-Herri de Burlada (Navarra). Una prueba con solera en el calendario español de campo a través. Iván y el medallista olímpico Abel Mutai se jugaban la carrera en el último kilómetro. El keniano, más rápido, más fuerte; en resumen, mejor, aceleró y abrió hueco. A escasos metros de la meta se paró: un despiste o, nadie sabe precisar, una mala indicación sobre el punto exacto de la llegada. Acechante por detrás, Iván se encontró con un líder parado, desubicado y una tentadora victoria a sólo unos pasos.

Fácil, muy fácil hubiese sido ganar para el español. Bastaba con mantener el ritmo que llevaba; el error de Mutai, al fin y al cabo, formaba parte de la carrera. Sin televisión presente, esa victoria hubiera quedado por perfectamente lícita. Otro triunfo de nivel en su palmarés -ya se impuso aquí en 2011-. En cambio la posible tentación sucumbió de inmediato ante el honor. Iván optó por deslegitimar la sentencia de "El Abuelo" y frenó para sorpresa general. Prácticamente empujó a su rival hasta la verdadera meta. El corredor keniano, más extrañado que agradecido, ganó sin apenas saberlo una prueba que mereció aunque pudo perder. En otro ejemplo de sinceridad, reconoció el español que no había dinero en juego -cobraban sólo un fijo por participar-, aunque no fue un elemento condicionante en su determinación.

Años atrás la escena hubiera caducado en el campo de Burlada, testigo mudo de veintiún años de cross. Afortunadamente, la voz y la palabra escrita de los presentes sacó de la nada el gesto de Iván. El vitoriano se extraña de la repercusión de su acto. Desde el domingo muchos han descubierto su figura, como si su historia comenzara en ese punto. Antes bien, su trayectoria es un relato común en el atletismo español: un prometedor corredor de apenas 24 años, con buenos resultados y que por desgracia sólo está presente entre los muy aficionados a este deporte. Quizá ni exista para los grandes medios.

Me pidieron que escribiera sobre lo sucedido, algo que me honra. Lo hago, en cambio, no por la solicitud, sino por un principio de consecuencia. Consecuencia para conmigo y el mensaje de ética en el deporte que pido y defiendo. La crítica a la inacción mediática, la cual comparto, no sirve si no se complementa con un ejercicio de responsabilidad: dar publicidad a aquellas acciones que a juicio personal lo merezcan. Igual que en el siempre recurrente ejemplo de las disciplinas olímpicas, el que quiera ver información que primero informe. Sólo así las críticas ganarán legitimidad, aunque la proactividad es más cansada y más difícil que la crítica. Quizá de ahí el inmovilismo de muchos críticos. Pero no todo es silencio. Este artículo, como los de otros compañeros (no todos deportivos) sirve de homenaje a Iván Fernández. Homenaje que cuenta con doble sentido, por su gesto y por demostrar, en pleno campo navarro, que el honor no es un gran abono.

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